Rostros de Resistencia

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Por Berenice Chavarría Tenorio

En México, en los últimos 12 años, más de mil mujeres han sido víctimas de ataques con sustancias químicas o han enfrentado amenazas de sufrir esta forma de agresión. Datos obtenidos a través de solicitudes de acceso a la información revelan una alarmante tendencia: la violencia química ha ido en aumento, dejando tras de sí una estela de impunidad y una cifra negra que dificulta dimensionar el problema.

Tras sobrevivir a un intento de feminicidio con ácido, Carmen Sánchez ha tenido que someterse a más de 60 cirugías reconstructivas y funcionales, a innumerables tratamientos dermatológicos, rehabilitaciones físicas, medicamentos especializados, terapias psicológicas y acompañamiento social.


Ha tenido que lidiar, además, con depresión y estrés, el estigma, la discriminación, la precariedad económica y la indiferencia e indolencia de las autoridades encargadas de impartir justicia.


Casi una década tuvo que pasar para que Carmen lograra arrebatarle al Estado “un poco de justicia”. Tras un largo proceso judicial, que implicó un desgaste emocional y físico, en mayo de 2023 obtuvo una sentencia condenatoria por tentativa de feminicidio contra Efrén García Ramírez, su expareja, quien intentó asesinarla con ácido en el Estado de México en 2014.


“Me dejaron con vida, pero para mí no es suficiente, porque me robaron mi libertad, mi dignidad, me arrebataron completamente todo”, cuenta Carmen Sánchez, cuyo caso en un inicio fue investigado como “lesiones simples que tardan en sanar menos de 15 días y no ponen en riesgo la vida”.

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Carmen afirma ser una mujer con sueños y con ilusiones, que trata de recuperar su dignidad sin perder su indignación. Esta concepción la llevó a crear la Fundación Carmen Sánchez y no hace mucho culminó una licenciatura en Derecho.


Al igual que ella, Esmeralda Millán, Elisa Xolalpa, Carmen Márquez, Alejandra María y otras sobrevivientes de violencia química han tenido que caminar en medio de la impunidad y el abandono institucional, pero también de la mano de otras mujeres que las acompañan y las abrazan en el proceso de reconstruir la vida. 

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Vidas, no solo cifras

Vidas, no solo cifras

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La llaman violencia química: dos palabras que las sobrevivientes usan para nombrar la saña de quienes, armados con sustancias como ácido sulfúrico o sosa cáustica, buscan no solo arrebatar la vida, sino marcar, desfigurar y borrar toda huella de su humanidad.


Las sobrevivientes pueden enfrentar una realidad devastadora: pérdida de órganos, discapacidad física, aparición de nuevos padecimientos o el agravamiento de enfermedades previas. A ello se suma la discriminación laboral, el aislamiento social y la ruptura de lazos familiares, que marcan una distancia insalvable entre las víctimas y la vida que una vez conocieron.

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Estos ataques no son hechos aislados, sino el reflejo de una sociedad con alta tolerancia al machismo, la impunidad y la misoginia, “que desprecia la vida y las decisiones de las mujeres”, asegura Ximena Canseco, historiadora, defensora de los derechos de las mujeres y cocreadora de la Fundación Carmen Sánchez, que acompaña a sobrevivientes de ataques con ácido y otras sustancias químicas.


Las agresiones con sustancias químicas, la mayoría de ellas cometidas por parejas o exparejas, revelan un patrón de violencia previa que no siempre es tomado en cuenta en las investigaciones, explica la especialista.


El desdén hacia los llamados de auxilio de numerosas víctimas ha llevado a que, entre 2012 y junio de 2024, se registraron en México un total de mil 177 ataques y amenazas de violencia química. Esta cifra fue proporcionada a través de una solicitud de transparencia por el Banco Nacional de Datos e Información sobre Casos de Violencia contra las Mujeres (BANAVIM), gestionado por la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim).


El BANAVIM, que se nutre con información de todas las instituciones encargadas de atender, sancionar, prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres, muestra que año con año ha crecido la violencia química en México; siendo Chihuahua, Quintana Roo y Jalisco las entidades que más casos registran.

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A pregunta expresa sobre cuántos de los casos anteriores corresponden a amenazas y cuántos a ataques consumados, Conavim dijo no contar con la desagregación de los datos contenidos en su registro.


Por otro lado, 16 de 32 Fiscalías estatales revelaron que han iniciado un total de 301 carpetas de investigación relacionadas a violencia química donde las víctimas son mujeres, siendo Nuevo León, Coahuila y Guanajuato los estados que más casos registran:  

En muchos casos, estas agresiones se reducen a la categoría de lesiones o violencia familiar. Sin embargo, para la psicóloga Adriana Reyes, quien fue fundamental para lograr la primera sentencia ejemplar en México y América Latina en un caso de violencia química, esta clasificación es insuficiente.


Ella ve en estos actos un intento de feminicidio, pues se habla de una vida que se desmorona, que se transforma para siempre, más allá de la marca física. 


Pese a ello, de las 301 carpetas de investigación relacionadas a violencia química donde las víctimas son mujeres, la mayoría se categorizaron como “violencia familiar” y “lesiones”.

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Dicha categorización provoca que las sobrevivientes enfrenten una nueva lucha para reclasificar el delito; es decir, ya no solo enfrentan a su agresor, sino al Estado, que con su maquinaria burocrática las obliga a pelear por un atisbo de justicia. 


A esto hay que sumar que únicamente estados como Puebla, Oaxaca, Ciudad de México, Baja California, Guerrero, Colima, Veracruz, Campeche, Quintana Roo, Hidalgo, Nayarit, Nuevo León y Sinaloa han reconocido legalmente estas agresiones.

Casos sin justicia

Casos sin justicia

Casos sin justicia

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Alcanzar la “justicia” en México continúa sonando a utopía. Según el informe El tamaño de la impunidad en México de la organización Impunidad Cero, solo el 0.9% de los delitos son resueltos, mientras que, en casos de feminicidio, la impunidad acumulada en seis años alcanza el 56.6%. Es decir, menos de la mitad de estos crímenes concluyen en sentencias condenatorias.


La violencia química no es la excepción a esta tendencia de impunidad. Entre 2012 y 2024, las solicitudes de acceso a la información enviadas a los Poderes Judiciales de los estados revelan que apenas se han dictado 19 sentencias condenatorias por este tipo de agresiones contra mujeres:


Es decir, de las 301 denuncias por violencia química registradas, solo el 6.31% de las mujeres agredidas con sustancias ácidas o tóxicas han obtenido justicia.


Sumado a la falta de justicia, las sobrevivientes enfrentan tratamientos que imponen nuevas cargas físicas y económicas. Por ejemplo, la reconstrucción de las zonas afectadas requiere a menudo la extracción de piel de partes sanas del cuerpo, un proceso doloroso que deja nuevas cicatrices, explica la psicóloga Adriana Reyes.


La lucha no termina en la sala de operaciones: continúa en el día a día, donde deben elegir entre comprar los costosos ungüentos que alivian el dolor de las heridas o asegurar una comida.

A pesar de que las Comisiones Ejecutivas de Atención a Víctimas de los estados están obligadas a brindar apoyo integral, inmediato, gratuito y continuo, la realidad dista mucho de la teoría: las víctimas se enfrentan a procesos largos y burocráticos, con una atención médica que no siempre cubre todas sus necesidades, como las cirugías reconstructivas que terminan costeando por su cuenta, afirma Ximena Canseco. 

Frente a este tipo de violencia, las leyes y las penas más duras son sólo el primer escalón. Las expertas coinciden: sin presupuestos robustos que financien políticas públicas para la prevención, atención y sanción de estos crímenes, la justicia seguirá siendo un espejismo para muchas mujeres. Un espejismo que, hoy, se desvanece entre informes archivados, cifras alarmantes, culpables sin cadenas y sobrevivientes que cargan cicatrices que el Estado aún no logra sanar.

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Ataques con Acido
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